El triste destino de los montes gallegos es surtir a una sola industria irracionalmente ubicada e inicialmente alimentada de pinos, que en solo unos sesenta años fue capaz de convertir una especie exótica en predominante en muchos de nuestros paisajes. A diferencia de la que es nuestra principal industria en el sector forestal, no solo su sede se ubica en una comunidad de la que en nada se nutre de su materia prima, sino que aquí cuenta con una única planta y, según sus propios datos, su facturación es de solo 175 millones de euros. Ocho veces menos que la industria del tablero.

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